lunes, 11 de abril de 2016

CUBA Y SU FUTURO

El futuro de Cuba
EL 21 de marzo pasará a la historia. La fotografía de Obama en la Plaza de la Revolución, depositando flores sobre el monumento de José Martí ante la figura de Che Guevara y Camilo Cienfuegos, es algo que no podremos olvidar. Nadie puede negar que la visita de tres días del presidente de EE.UU. ha sido cuidadosamente escenografiada. Salvo el extraño apretón de manos entre Raúl Castro y Barack Obama, nada ha sido fruto de la improvisación. Ni siquiera la ausencia más destacable, la de Fidel.
Este acontecimiento simboliza un nuevo tiempo para ambos países. La visita ha puesto el broche a una larga lista de movimientos diplomáticos. En diciembre de 2014, el presidente de EE.UU. reconocía al mundo que el aislamiento no había funcionado. Contra todo pronóstico, el embargo comercial de más de cincuenta años no había conseguido mejorar la situación del pueblo cubano. Se anunciaba así el restablecimiento de las conversaciones diplomáticas y un nuevo paquete de medidas flexibilizadoras para “poner el interés del pueblo de ambos países en el corazón de las políticas”. Más tarde, en abril, ambos presidentes se encontrarían en la VII Cumbre de las Américas y, en agosto, reabrirían sus respectivas embajadas.
En sus intervenciones públicas, en La Habana, Obama insistió en la necesidad de mejorar el respeto a los derechos humanos y las libertades políticas. Al fin y al cabo ese ha sido el motivo para justificar décadas de hostilidad. Tal vez se refería a la prisión estadounidense de Guantánamo, símbolo internacional de la injusticia, donde cientos de personas han sido detenidas ilegalmente y torturadas, o a todos los lugares a lo largo y ancho del planeta donde, por acción u omisión, se incumplen de manera sistemática los derechos humanos (por cierto, los derechos de las mujeres también son derechos humanos). Probablemente no tuvo ocasión de hacer referencia a esa parte; las preguntas incomodas estaban siendo dirigidas a Raúl Castro.
El tono de sus declaraciones era más o menos el esperado. Puede que ligeramente descafeinado, como denunciaba parte de la disidencia cubana, que calificó la visita de traición. Algo comprensible pues realmente no ha habido cambios en esa materia, al menos en los términos que esta plantea. Quizá, la ayuda de 30 millones de dólares para continuar apoyando su causa mitigue ese sentimiento.
Sabemos que la defensa de los derechos humanos es siempre una excusa recurrente. Los estados no invaden países o desestabilizan gobiernos. Resulta más apropiado decir que defienden la democracia y los derechos humanos en el mundo. Pero, no nos engañemos, ni Obama ni ningún líder político suele ir a otro país a hablar de derechos humanos. Van a hacer negocios.
El cambio de estrategia de EE.UU. en Cuba responde a dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, a los intereses de las empresas estadounidenses, que llevan años quejándose por quedarse fuera del mercado cubano. Sobre todo desde que, en 2011, el gobierno cubano comenzara a implementar diversas medidas para la actualización del modelo económico. Desde entonces, numerosos gobiernos han ido acercándose a la isla como las abejas a la miel. François Hollande fue el primer líder europeo en hacerlo. Pronto lo hará Felipe VI.
Si hay algo que tienen en común todas las visitas institucionales es que los representantes políticos nunca viajan solos. Por si alguien no se hubiera dado cuenta, junto a Obama, numerosos senadores, congresistas y empresarios han visitado la isla. Un séquito de 800 personas, hombres en su mayoría, muy interesados en la defensa de los derechos humanos.
En segundo lugar, no podemos perder de vista los intereses geoestratégicos en América Latina. Es importante ampliar la mirada y entender de qué manera incidirá la normalización de las relaciones en la región. Mientras Obama mantenía su agenda oficial, el secretario de Estado John Kerry tenía la suya propia y no perdía la ocasión para reunirse con el gobierno colombiano y las FARC e interesarse por el proceso de paz, prometiendo invertir más de 450 millones de dólares en el posconflicto.
Tras la visita a La Habana, Obama también viajó a Argentina. Esta vez no sé mostró tan contundente en materia de derechos humanos, a pesar de que el momento era bastante propicio. Su estancia coincidía con el 40 aniversario del golpe militar, alentado por EE.UU., que dio origen a la dictadura. En lugar de escuchar al pueblo prefirió bailar un tango y cerrar otros tantos acuerdos comerciales.
Es evidente que la apertura comercial es sinónimo de amistad. Permite que un país deje rápidamente la lista de “patrocinadores del terrorismo”. Cuba ha tenido esa suerte. Con ello, es previsible que los mensajes sobre Cuba asociados a “régimen”, “dictadura” o “falta de libertad de expresión” se vayan disipando. De la misma forma que no se habla de los asesinatos de defensoras y defensores de derechos humanos en Honduras, por poner un ejemplo. Por el contrario, algunos medios de comunicación, debidamente instigados por los poderes económicos, centrarán toda su ira nuevamente en Venezuela, que sigue siendo catalogada como una amenaza a la seguridad -del capitalismo- o en todo aquello que ponga en cuestión el poder establecido.
En poco tiempo, tal y como pedía Obama, el mundo padecerá cierta amnesia y más de uno creerá que el capitalismo ha salvado a Cuba. Quien no lo hará será el pueblo cubano, 11 millones de personas que han resistido y resisten todavía hoy a las políticas del país más poderoso del planeta, siendo capaces de mantener entre otras cosas un buen sistema educativo y de salud, como reconocen la Unesco y la OMS. Algo que, por cierto, el presidente de EE.UU. también olvidó reconocer y de lo que Fidel Castro tuvo que responder para evitar un infarto.
Este mes, el Partido Comunista de Cuba celebrará su séptimo congreso, coincidiendo con el 55º aniversario de la Declaración del carácter socialista de la Revolución. Sin duda, el país enfrenta un periodo de grandes desafíos en este nuevo contexto. Y sí, también en materia de derechos, porque de eso lamentablemente no se libra ningún país. Debe ser capaz de actualizar el modelo económico manteniendo los principios y valores que dieron sentido a la revolución de 1959, proceso sobre el que, con sus aciertos y desaciertos, solo corresponderá decidir al pueblo cubano. El espíritu que precisamente representa la Plaza de la Revolución.
POR SAIOA POLO PARA DEIA