viernes, 12 de julio de 2013

LA CORDURA Y LA LOCURA (DISTANCIAS)

Los sutiles límites entre la cordura y la locura: El famoso experimento Rosenhan

Hay algunos experimentos que ponen en jaque los métodos actuales de diagnóstico en salud mental.

Rosenhan fue un psicólogo estadounidense que se dedicó al estudio de muchos temas, entre ellos la psicología educacional y el uso de la psicología en el ámbito legal/judicial. Sin embargo su trabajo más célebre es el famoso experimento que se recuerda con su nombre y que fue publicado en la revista Science a comienzo de los años setenta con el título de “Sobre estar sano en lugares insanos”.


El experimento:
El experimento de Rosenhan fue simple en su idea de base, pero genial en el efecto y logros que consiguió. El experimento consistió en reclutar personas que gozaban de cierto estándar de salud mental, y convertirlos en un grupo de “pseudo-pacientes”. El propio Rosenhan y sus colaboradores, quienes representaban diversos perfiles, se hicieron admitir en doce hospitales psiquiátricos en varios estados de Estados Unidos, nuevamente de las más variadas condiciones (por ejemplo hospitales con poca demanda, hospitales saturados de pacientes, hospitales con poco personal, y hasta un hospital privado de alto prestigio).



Todos los pacientes tenían la instrucción de decir que habían oído una voz, y cuando les preguntaran qué decía esta voz debían responder: “Vacío”, “hueco”, o que oían el sonido de un golpe seco. Este “síntoma” fue elegido debido a la similitud o referencia que puede tener con una pregunta o conflicto de tipo existencial, y además por el hecho de que los investigadores no fueron capaces de encontrar evidencia alguna en toda la literatura de una psicosis o locura de estas características. Este síntoma, la alteración del nombre del “paciente” y su profesión fueron los únicos cambios que se hicieron a la hora de la presentación en el hospital. Los pacientes mantuvieron sus “personalidades” e historia personal a la hora de ser entrevistados por el personal y los médicos de los establecimientos.


¿Cuál era el objetivo? Poner a prueba los métodos de ingreso de los establecimientos y la capacidad de los profesionales de la salud mental que trabajaban en los mismos. La idea original era que estos “pseudo-pacientes” comprobarían si eran admitidos dentro del servicio a pesar de su falsa sintomatología, y luego daría paso la parte más importante de la investigación.
El estigma de la enfermedad mental
Este próximo paso consistió en que una vez admitidos, debían reportar mejoría, comenzar a demostrar sentirse bien, y haber dejado de experimentar los síntomas mencionados. Al hacer esto, los participantes se encontraron con la enorme sorpresa de que no los dejaban salir. Para el personal médico y administrativo, estas personas seguían siendo enfermos mentales, trastornados, que necesitaban estar internados en la institución (en tratamiento y medicamentados). A pesar de los esfuerzos por salir, todo intento de mostrar “sanidad” era interpretado como parte o síntoma de su enfermedad. Por ejemplo, muchos de los “pseudo-pacientes” tomaban notas de sus rutinas diarias e indicaciones médicas como parte de su experiencia, lo que muchos de los médicos interpretaban como parte de su patología, y en su defecto como algo indigno de ser tomado en cuenta.
Por otra parte, muchos de los “enfermos” que estaban ya internados en la institución sospecharon desde un principio de los “pseudo-pacientes” porque no actuaban como enfermos, y por ejemplo pensaron que eran periodistas o investigadores basándose en la cantidad de notas que tomaban. A pesar de todo esto, muchos “pseudo-pacientes” no fueron “liberados” pasados varios meses de internación.

Las conclusiones de este experimento son muchas, la primera y la más mencionada es la dificultad de hacer buenos diagnósticos psicológicos y psiquiátricos. Este estudio puso en marcha muchos cambios en la concepción y la academia de la psicopatología. En segunda instancia, este estudio también demuestra y nos advierte a los profesionales que son susceptibles de dejar que el contexto y juicios previos nublen nuestra capacidad de observación, por ejemplo, no poder ver a personas saludables detrás de la idea de que son enfermos. Sin embargo, lo más importante para Rosenhan era el tamaño del estigma que genera ser etiquetado de “enfermo mental”.
Estas personas sanas fueron privadas de libertad por la idea de que padecen una enfermedad mental, por lo demás, no observable ni en sus palabras o en su conducta. Estas personas dejaban de ser personas, y pasaban a ser pacientes psiquiátricos, aún cuando la enfermedad estaba dada por el rótulo que les fue impuesto. De hecho las personas al ser dadas de alta conservaban su diagnóstico, por ejemplo:“esquizofrénico en remisión”.
¿Les interesa saber una última parte interesante del experimento? Otro hospital desafió a Rosenhan a volver a intentar el experimento, esta vez para probar que si sabiendo que existen “pacientes falsos”, el personal era capaz de detectar a los falsos y admitir a los enfermos reales. De casi 200 pacientes, el personal de este hospital calificó a 41 de ellos de ser “pseudo-paciente” con un alto grado de confianza, al menos 23 de ellos fueron detectados por médicos psiquiatras. Lo interesante de este resultado es que Rosenhan no envió a ninguno de sus “pseudo-pacientes” a este hospital.
Me parece indispensable que este tipo de experimentos existan y se repliquen en los sistemas de salud a los que nos acogemos. No porque sospeche de la mala intención de los mismos o de los profesionales de la salud mental, tampoco porque tenga un afán revolucionario de echar abajo las instituciones y el trabajo de los demás, no. La razón es porque, como todo otro ámbito de nuestra sociedad, la salud mental está a cargo de individuos que también son humanos, también cometen errores, y que también forman parte de sistemas y contextos que los llevan a hacerlo. Por lo mismo es importante mantenerse revisando el propio trabajo, revisando los propios errores, y enmendándolos en la medida de lo posible.

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